
Martín: “A veces todo gira alrededor de mis ojos, da vueltas como intentando explicarme algo. La luz se prende y se apaga y yo que quiero escribir esta carta. Estoy podrido. Si me siento es porque me senté al revés y si me quedo parado es porque soy un insensible. Quién entiende, che. Al final todos están más locos que yo…”
Enrique: “Vos siempre te las ingenias para exasperarme. Algún día te voy a revolear el mate por la cabeza, a ver si entendes que hoy es Domingo y se descansa. Yo no sé porque pensas tanto…los Domingos no se piensa, se esta tirado en un sillón durmiendo y, de vez en cuando, escuchando los disparates que dicen por la radio. El otro día escuche que un periodista decía que la sociedad era enajenante… después me olvide de seguir escuchando, pero vaya si dicen idioteces.”
Martín: “Pucha, che. ¡Esta luz! ¿Qué decís? ¿Que el Domingo la radio te enajena? Vos si que sos especial, no te aburrís de acotar cosas que no tienen sentido, Enrique. Volvé al sillón, acá se está más tranquilo cuando vos no estás dando vueltas. Perturbas la línea de mis pensamientos y la carta me esta dejando de gustar. Andá, pero dejame el mate.”
Enrique: “La sociedad te enajena, te enajena… te enajena. ¡Já! El mate te lo dejo, pero me voy a dar una vuelta, no vaya a ser que las palabras de tu carta quieran llegar a mis oídos… sería como escuchar al viejo de la radio diciendo que los hombres somos desertores de la vida. ¡Por favor, hoy es Domingo, querido, hoy es Domingo!”
Martín: “Mañana es Lunes”
Enrique: “¿Y?”
Martín: “Nada, sólo pienso que mañana te vas a dejar de joder un poco con el Domingo. Andá que te quedan pocas horas…”
Enrique: “Sí… cuatro horas, treintidos minutos y cincuenta milésimas de Domingo me quedan. Siempre los Domingos me hacen acordar a los Lunes igual.”
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