Monday 28 June 2010

El puente de la vida


Era un puente que se movía constantemente. A veces no sabía si caminar o quedarse quieta. Siempre tuvo miedo. Miedo a caerse, miedo a no encontrar el lugar exacto en donde pisar, miedo a equivocarse y que de ello dependiese su vida. Estaba en un puente y el otro lado estaba lejos, ¿cómo haría para llegar? Quizás si volviese, si mirara hacia atrás… no, no, esa no era la respuesta. No podía volver, no quería volver. Sus primeros pasos en el puente fueron difíciles, pero aquél había sido el desafío: atreverse. El puente la llevaría a otro lado, a olvidarse de los dolores que la traían cansada y lastimada… el puente se presentaba como una respuesta, como un respiro. El puente significaba crecer, crecer desde las adversidades. Por eso, cuando el aire estuvo más negro que nunca y la lluvia se atropellaba por llegar a su pequeña guarida, ella se largó a caminar, de un impulso, y dio sus primeros pasos hacia lo desconocido, transitando el puente inestable. Dudó y mucho. ¿Quería alejarse de todas las cosas que la ataban a este lado? ¿Era lo suficientemente fuerte como para no sucumbir? Quizá no fue un impulso la que la empujó, quizá fue la fuerza del destino la que hizo que ella se animara a cruzar. El destino y sus cuerdas, el gran enigma que el ser humano jamás será capaz de resolver.
De a poco, con pasos trémulos, vacío por todos lados, pavor en la médula. Con cada paso que daba más se alejaba de aquél mundo que tanto conocía y más se acercaba a lo misterioso, a lo desconocido. Nunca le gustó no tener dónde pisar firme, siempre le dio miedo, porque siempre tuvo miedo. Vivía abrazando al miedo como si fuera su tesoro más preciado. Ella y su miedo, su miedo y ella. En el lado de acá, antes de cruzar el puente, ella estaba orgullosa de poseerlo y se regocijaba en la protección que este sentimiento oscuro le proveía. Y este puente, este puente la desarticulaba. Cada día sentía como su burbuja de seguridad-miedo se iba esfumando hasta dejarla sola, frente a la vida. Y el pánico se escabulló dentro de su mente. Se paralizó. Se quedó en el suelo a manera de bolita, llorando un océano de arrepentimientos. No podía, no podía, no podía… hasta que sintió un golpe en el pecho, un gran golpe que la hizo ver por primera vez. Ahora recordaba: cuando niña su espíritu era revolucionario, desafiante, inquieto, siempre sediento de aventuras, pero los años le habían quitado la viveza y habían opacado su naturaleza. Entendió que era tiempo de revivir su verdadero yo, su ser más espiritual. Eso era el puente: desapegarse de las malas costumbres adquiridas debido al poder opresor de la sociedad, de todo aquello aberrante a su misma esencia. Ya entusiasmada y casi olvidando el abismo negro que la amenazaba desde abajo, se paró y se encaminó hacia el otro lado. ¿Qué había allí? Libertad. Libertad de todos los prejuicios que ella misma se había impuesto. Libertad. Rebeldía. Pureza. Un puente y mil posibilidades. Sin mirar atrás, sin detenerse, sin titubear, corrió. Se detuvo solo ante el gran portón que prohibía el paso hacia el otro lado. Estaba cerrado y ella no tenía la llave. Pero al alzar los ojos buscando una respuesta vio que el portón tenía una inscripción en la parte superior, la cual rezaba: “el corazón manda, el resto es ambición.”

1 comment:

  1. Me ha encantado este texto, lo he encontrado buscando una imagen para mi blog, de hecho me he reconocido en tu forma de escribir y en tus palabras. Tomo la imagen prestada, espero que no te importe.
    Seguiré leyendote poco a poco a ver si sigo encontrandote-me.
    Gracias

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